Ayer comenzó un nuevo año litúrgico, y con ello, el periodo de Adviento. Durante estas cuatro semanas, viviremos con una actitud de expectación activa, de conversión, de estar alerta y preparados para recibir a Jesús como don gratuito de Dios a todos los hombres para salvamos.
Esta preparación al Nacimiento de Jesús no se basa en pensar en las compras de Navidad, en las cenas de Nochebuena, en los regalos que vamos a recibir, etc. Ello lo dejaremos en un segundo o tercer plano, pues lo realmente importante de este tiempo se centra en la profundización de nuestra fe, en vivir con intensidad la espera de la Natividad de Jesús. Este proceso nos ayudará a comprender con una mayor madurez el significado auténtico del cristianismo y el origen de nuestra cultura.
El centro del Adviento es la Virgen María. Ella es la figura clave. En Ella está el Salvador, el Mesías, el Señor. Alumbrará a Dios hecho carne, al hijo del Todopoderoso. Ella, que fue concebida sin pecado original, celebrará en unos días la Festividad de la Inmaculada Concepción, dogma que hace más de 150 años que los católicos defendemos. Este período es bien distinto al mes de mayo o al mes del Rosario, pues se trata de esperar la celebración del momento que cambió la Historia: el nacimiento de Cristo. Por eso, durante los cuatro domingos que dura el Adviento, se enciende una luz de cera para iluminar nuestro corazón en ese sentido, en el del amor a Dios hecho hombre.
"En Ella la Iglesia admira y ensalza el fruto más espléndido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de los que ella misma, toda entera, ansía y espera"
Por eso, encendamos nuestra vela particular y esperemos la pronta venida de Nuestro Señor Jesucristo.
BEATRIZ CR