Era de noche. El silencio invitaba a la profunda reflexión del día, y en su caso, a la oración. Se había acostado demasiado tarde tras una larga jornada de trabajo en el campo recogiendo azúcar en las cañas. Tras dar el beso de rigor a su familia se acuesta en su camastro, ese que bien podría ser una tarima de madera sin más ropajes que una sencilla tela gastada por los golpes del tiempo. Cuando logra abrazarse a Morfeo, siente un ruido poco habitual, un ruido, que seguidamente se acompañó de un brusco movimiento. La tierra estaba desgarrándose y gritaba auxilio para no destrozar más de lo que ya estaba roto. Todo se derrumbó en cuestión de minutos. Todo se derrumbó. Casas, iglesias, calles, edificios grandes y pequeños entre los que estaba la vivienda de nuestra amiga Marie , a quien también se le fue la familia y la esperanza.
Y allí se quedó ella, sola, sin nadie más en el mundo. Se quedó sentada, paciente, a la espera de una señal y cuestionándose la existencia de aquel Dios al que estaba rezando instantes previos a que la tierra se desgarrara delante de su casa. Lo había perdido todo pero estaba a punto de perder algo más: su fe. Se preguntaba el lugar de Dios, el de su mano para permitir tanto dolor. Sentado en la piedra, el hombre seguía maldiciéndose por haberse quedado en la Tierra y por qué Dios no le había dado la oportunidad de decidir un posible intercambio entre ella y sus hijos. Dios Mío, Dios Mío, ¿Por qué me has abandonado?

La imagen es certera, la literatura, es propia. En las muchas imágenes que los medios de comunicación nos han mostrado estos días, se encontraba la de una haitiana sentada sobre una piedra formando una silueta triste y ausente. Imaginé por un momento su desgracia e intenté ponerme en su lugar, intento vano, pues esa desgracia de magnitudes desproporcionales no entra dentro de mis experiencias vividas. Pero sí me sirvió para profundizar en mí y realizar un paralelismo entre esa imagen y el Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia.
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Aparte de la fisonomía similar de ambas imágenes, ambos estaban sólo en el mundo, olvidados por todos. Cristo sentado en su peña no tiene a nadie más alrededor que al mal encarnado en romano y en sayón. Mientras adopta una actitud silente reprocha qué es lo que ha hecho Él para merecer tal castigo, aunque resignado, vive con ello. Lejos, al otro lado del océano, en la isla de la Española, tiene lugar la misma estampa protagonizada por aquella mujer haitiana que desmenuza cada una de sus actuaciones de la vida para intentar entender la desgracia que le ha tocado vivir. Cristo, con Paciencia infinita, soportó todos los dolores que le crearon aquellos romanos y con Humildad se despojó de todos los atributos que le pertenecían por ser Rey. Igual sucede con Marie, quien sufre la ausencia de su familia con la resignación más absoluta.
A veces nos olvidamos de Dios y le dejamos solo, al igual que la estampa del Cristo de la Humildad y Paciencia. Sólo nos acordamos de Él cuando algo sale de lo cotidiano, pero mientras tanto, el olvido impera. Parece que Dios sólo existe para cuestionar su existencia cuando algo malo ocurre. Lo mismo pasa con el joven haitiano, tan sólo nos acordamos de la desgracia en la que viven cuando tiene lugar una catástrofe de tal naturaleza. Mientras tanto, nos mostramos indiferentes ante todo lo que nos rodea, porque al fin y al cabo, a nosotros no nos toca.
Sin embargo, lo verdaderamente bello de esta desgracia, es la manifestación de Dios en las manos y en los corazones de todos aquellos que se han sensibilizado con Haití. Ellos le ha puesto rostro a Dios cuando han acudido al centro del dolor, cuando han montado hospitales donde nada había, cuando se han sacrificado por ayudar a aquello que nada tenía que perder, cuyo patrimonio se reducía a conservar la vida. También he visto a Dios en el cuerpo de aquellos que desde España han colaborado en la medida de sus posibilidades, en aquellos que han organizado todo tipo de actos para sacar beneficios para quienes hoy lo necesitan. He visto a Dios por muchos rincones.
No obstante, no debemos quedarnos aquí. Cristo dio su vida por nosotros en el mayor acto de amor de la Historia. Hagamos nosotros lo mismo y seamos agradecidos. Miremos en nuestro interior y expulsemos aquello que no necesitamos. No sólo Haití es una desgracia. También lo es la situación de hambre en África, la persecución de los cristianos en China o en Egipto, las muchas familias que se encuentran desempleadas en todo el mundo, incluido, en España. Son innumerables las circunstancias dolorosas por las que pasan nuestros hermanos. Por ello, convirtamos nuestras obras en AMOR.
Beatriz Cobo Rossell
Santillana del Mar, Febrero de 2010